Es indudable que el
Procurador General tiene la facultad de destituir a alcaldes, gobernadores y
congresistas. Su poder es inmenso. Sería ideal que lo utilizara para combatir
con denuedo a la corrupción. Lo grave, es que en el caso de Alejandro Ordoñez
se usa despiadadamente contra sus contradictores políticos, religiosos y
morales.
Ordoñez no se ha pronunciado
oportunamente contra gobernadores acusados de homicidio, ni contra quienes
tienen relaciones estrechas con paramilitares, menos contra políticos
sentenciados por beneficiarse del narcotráfico, casi nunca contra los alcaldes
que han llenado sus bolsillos con dineros del erario. Lo que sí ha hecho es
sancionar personas porque se han metido con él o porque han desafiado el orden
establecido por muchos de sus más íntimos amigos, o simplemente porque son
funcionarios sin mayor importancia pero ayudan a mejorar las estadísticas
disciplinarias.
Ordoñez es implacable
contra quienes defienden el aborto y las relaciones homosexuales. Pero es bondadoso con los miembros de su
partido político y con funcionarios que delinquen o han delinquido. Su casa ha
sido la sede de encuentro de los peor de la clase política colombiana, algunos
de los cuales habían sido condenados o tenían orden de captura por parte de los
jueces.
El Procurador actual
ha puesto en peligro la institucionalidad y muchas de sus decisiones, con
seguridad, están mediadas por el prevaricato, pero nadie se había querido levantar
en rebeldía contra su poder, hasta que sucedió la sanción contra Gustavo Petro.
Petro no ha sido un
buen Alcalde. Su estilo de gobierno es desafortunado. Evidentemente ha
improvisado y gran parte de su equipo de trabajo es más teórico que práctico y
se encarniza en discusiones académicas mientras la ciudad se hunde.
Pero la sanción contra
el alcalde Petro es desproporcionada, porque en muchas otras ciudades de
Colombia el tema de las basuras es un caos y la Procuraduría nunca ha sido
nada. En muchas ciudades los ciudadanos dicen en encuestas (por ejemplo en ¿Cómo
Vamos?) que no tienen confianza sobre la manera como se manejan los recursos
públicos y el Ministerio Público guarda silencio. En charlas informales la
gente asegura que sus gobernantes se están robando la plata, pero los
procuradores regionales militan en el mismo grupo político y, por lo tanto, nunca
hay avances en las investigaciones de las denuncias ciudadanas.
El procurador Ordoñez tiene
diferentes raseros para aplicar las sanciones disciplinarias y eso le resta
objetividad y credibilidad. Además, hace que miles de personas, como las que
han marchado en Bogotá en las últimas semanas, se sientan ofendidas. La opinión
pública mayoritariamente está castigando al Procurador: su imagen es la peor
calificada de todos los dirigentes colombianos. Representantes de organismos
internacionales ven con horror las actuaciones del Procurador.
Todavía le quedan tres
años a Ordoñez al frente de la Procuraduría y en este tiempo temblarán todos
sus contradictores y las minorías sexuales seguirán siendo perseguidas por
quien tiene la obligación constitucional de proteger el derecho de las personas
sin importar sus creencias religiosas ni sus inclinaciones sexuales. Y muy seguramente,
se conformará un gran grupo para defender su derecho a una segunda reelección
en 2016.
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