domingo, 26 de abril de 2009

LAS MISERIAS DE LOS DEMÁS

A los colombianos se nos estruja el alma cuando vemos esas imágenes desgarradoras de niños famélicos envueltos en un mar de moscas en las áridas tierras del cuerno africano. Nos dolemos al observar a sus madres también moribundas, resignadas a la espera de que la muerte sea el único bálsamo para el sufrimiento de sus hijos. Quedamos estupefactos al conocer las dramáticas cifras de pobreza en Somalia, Eritrea y Etiopia. Sentimos pena por las desesperadas caminatas que emprenden en procesión esas lánguidas figuras negras en medio de un sol abrasador, con la esperanza de encontrar algo de agua en aquellas inhóspitas tierras. Se nos revuelve el estómago al ver la crudeza de las gráficas que dan cuenta del entorno nauseabundo donde se refugian esas comunidades empobrecidas.
Tenemos la convicción de que la miseria es terrible. Que la gente que vive en esas condiciones es sumamente desgraciada. Que el mundo no está haciendo lo suficiente por ayudarles. Que los gobiernos de esos países son terriblemente injustos, pérfidos y corruptos. Nos afligimos por esos pobres lejanos del África oriental o del Asia. Incluso, sentimos dolor solidario por la pobrería haitiana, boliviana y paraguaya.
Pero los colombianos nos resistimos a mirar hacia los lados. No queremos esculcar nuestras propias miserias. Nos da miedo encontrarnos de frente una imagen similar en el Chocó a la que nos muestran de Yibuti al este del África. Nos enconchamos en nuestras glorias fingidas y en nuestras estadísticas inventadas, para alejar la tentación de revisar nuestra realidad.
Pero como los hechos son los hechos, ahí están: el nivel de pobreza de los colombianos es del 45%. Sin embargo, este promedio dramático esconde iniquidades regionales gravísimas, que no dejan ver cómo en Chocó de cada 10 personas 8 son pobres y de estas 5 son indigentes. En situación parecida están los habitantes de Sucre, Guajira, Córdoba y Nariño. Esto quiere decir que no es necesario mirar hacia el exterior para encontrar a la pobreza extrema.
La desnutrición global, que se refleja en la baja talla, afecta el 7% de los niños del país. Pero la situación específica de Guajira y Boyacá es crítica, dado que doblan este índice. En cuanto a mortalidad infantil, aparece Cauca, Chocó y Guajira exhibiendo cifras vergonzosas para un país exultante que, según las estadísticas de World Database of Happiness -un registro de la felicidad que hace en 112 países la Universidad Erasmus de Rotterdam-, es el más feliz del mundo.
Pero esta felicidad desbordante muy seguramente no tendrá cabida en los hogares de 9 millones de colombianos que no cuentan con acceso a agua potable, tal como en reiteradas ocasiones lo han dicho la Procuraduría General, la Superintendencia de Servicios Públicos y las organizaciones no gubernamentales y que ahora lo corrobora la Defensoría del Pueblo.
Los colombianos no tenemos necesidad de buscar en Nigeria las historias crueles de familias que padecen la falta de agua. Simplemente hay que hurgar en los datos que muestran departamentos como Sucre, Cesar, Santander, Chocó y Boyacá, para darnos cuenta que a pesar de que el país tiene agua suficiente, no ha sido capaz de distribuirla eficientemente, entre otras razones, como lo han denunciado Planeación Nacional y la Contraloría General, porque en muchos territorios se han robado los dineros dispuestos para programas de saneamiento básico.
La repulsión por el entorno infeccioso en que viven millones de indigentes africanos y asiáticos, también es posible experimentarla en Colombia, donde cerca de 14 millones de personas no tienen sistema de alcantarillado ni unidades sanitarias y en las localidades en que habitan, las excretas corren libres por el medio de las calles.
Lo que ocurre es que con tanta felicidad que nos embarga y metidos de cabeza en la globalización, vemos muy difusas las imágenes de nuestras propias necesidades, pero contemplamos con asombro y claridad lo que le acontece a los demás. Si persistimos en esta actitud, es muy poco probable que los colombianos seamos capaces de construir una sociedad viable.

martes, 14 de abril de 2009

LO PEOR DE LA CRISIS ECONÓMICA ESTÁ POR VENIR

La crisis de la economía mundial apenas está comenzando. Lo peor está por venir. Es cierto que la crisis hipotecaria en Estados Unidos y varios países europeos ha golpeado sin misericordia a las familias. También es cierto que los bancos no fueron capaces de resistir la toxicidad de sus activos. No menos grave es la caída de las bolsas.

El primer capitulo de esta crisis universal de la economía ha dejado a millones de familia sin techo y sin empleo. Ha provocado que muchos millonarios ya no lo sean. Ha incitado a la desconfianza ciudadana en los mercados. Ha empezado a golpear la estructura fiscal de los Estados. Pero hace falta un segundo capitulo, que ya se está escribiendo, para desventura de millones de personas.

Este nuevo capitulo estará basado en la caída del consumo de las familias y en la cesación del pago de las obligaciones al sistema financiero por tarjetas de crédito. Estamos aproximándonos a una verdadera catástrofe.

Las familias, bien por una baja en sus ingresos o por previsión, ya no están comprando lo que tradicionalmente adquirían y esta es la causa para que los centros comerciales, las grandes superficies de alimentos, los restaurantes, los distribuidores de gasolina, los hoteles y las aerolíneas estén facturando menos y, por lo tanto, los fiscos locales y nacionales, para el caso colombiano, estén recibiendo menores ingresos por impuestos como IVA, Retención en la Fuente, Industria y Comercio y Predial, lo que pondrá en cuidados intensivos el gasto público.

Cuando las personas disminuyen su nivel de consumo, entonces se produce un fenómeno económico recesivo, que se origina porque la industria baja la producción, dado que el comercio vende menos, y entonces ambos sectores no tienen más remedio que disminuir costos, y uno de los más importantes es el laboral. Con más gente desempleada, la posibilidad de reactivar la economía por la vía de la demanda se hace casi que imposible y entonces empieza a ocurrir un hecho gravísimo: la deflación, o sea, una disminución generalizada de los precios, presionada por productores y comerciantes que requieren cubrir parte de sus costos de producción y ubicarse en un punto donde sus pérdidas sean menores, con los peligros que esto representa, especialmente por la propensión de los consumidores a no comprar a la espera de que los precios sigan bajando.

Estas familias con menores o inexistentes ingresos, tomarán la decisión de no pagar sus obligaciones financieras, especialmente las de las tarjetas de crédito, que les han servido en los últimos meses para intentar mantener el ritmo de consumo tradicional. Y eso conllevará, ya se está viendo en algunos países, a que se cierre o restrinjan todo tipo de préstamos, se pidan más garantías, y a que las economías nacionales tarden más tiempo del necesario en salir de la crisis, porque no sólo basta con poner a funcionar el sistema productivo, sino que se debe crear la confianza necesaria entre los actores de la economía.

Para el caso colombiano, se asegura que el sistema financiero está blindado y en capacidad de soportar cualquier tipo de turbulencia. Eso es lo que nos dicen todos los días las autoridades y gran parte de los expertos. Ojalá así sea. ¿Pero, se puede confiar en las afirmaciones oficiales, después de lo que ha ocurrido en la economía nacional en los últimos seis meses?

domingo, 5 de abril de 2009

PEREIRA ES UNA CIUDAD PUJANTE, PERO CON MUCHAS AMENAZAS

Pereira es una ciudad que está creciendo urbanísticamente, que tiene un desarrollo comercial envidiable, que ha mejorado su calificación de oferta académica, que posee una institucionalidad respetable y que es percibida como el núcleo de una región estratégica para el país.

Desde hace muchos años Pereira es vista en el panorama nacional como líder en la zona cafetera en casi todos los indicadores socioeconómicos y, por lo tanto, mucho más importante que sus similares de Caldas y Quindío.

Gran parte de la actividad productiva y financiera de Risaralda se concentra en Pereira, al igual que las realizaciones administrativas, académicas y políticas. Una visión global del Departamento, exceptuando a la ciudad capital, muestra un territorio bastante subdesarrollado, con indicadores sociales muy pobres, con un altísimo nivel de dependencia fiscal y con demasiadas ineficiencias e incapacidades. Pereira hace la diferencia y equilibra las cargas.

Pero dentro de ese poderío indiscutible del que hace gala Pereira, se mueve una realidad inocultable que socava los cimientos de la sociedad y podría, eventualmente, poner en riesgo su liderazgo regional. Lo primero que se percibe es el aumento de los cinturones de miseria, que se hacen visibles en invasiones o en proyectos de vivienda que no llenan los mínimos de dignidad humana, al carecer de servicios públicos básicos; no tener conectividad rápida con los servicios de transporte masivo; y, no acceder con facilidad a los centros de salud, educación y recreación. La mayoría de esas viviendas fueron construidas con materiales que ayudan a reproducir el doloroso círculo de la miseria.

La magnificencia urbanística y el derroche económico en ciertos sectores de la ciudad, develan una relación desproporcionada entre los ingresos y las oportunidades de los más ricos y los más pobres, lo que sin duda deja al desnudo una sociedad inequitativa, que intenta ocultar, sin mucho éxito, sus más desagradables realidades.

Los visitantes que vienen a la ciudad atraídos por las grandes superficies comerciales, se enfrentan a los problemas de movilidad en Pereira, originados muchos de ellos en una planeación inexperta y en decisiones políticas amañadas y tremendamente equivocadas. Uno de esos hitos de irresponsabilidad fue el trazado del Megabus, que ahogó de un solo tajo la posibilidad de una circulación fluida dentro de la ciudad, al adueñarse de una malla vial insuficiente y no permitir que sectores deprimidos pudieran ser beneficiados con la renovación urbana.

La llegada de más universidades, la modernización de las existentes y la excelente oferta de formación superior, contrasta con los indicadores de desempleo abierto, crecimiento del subempleo, alta demanda laboral de mano de obra no calificada y ascendente desocupación profesional. Esto explica en gran medida la fuga de profesionales hacia otras regiones del país y del exterior, lo cual afecta la calificación de competitividad local en el escenario nacional, restringiendo las posibilidades futuras de crecimiento.

Cuando se habla de Pereira en distintos escenarios, es claro que la conclusión más recurrente es que tiene potencialidades para convertirse en un centro de servicios de alto nivel. Pero para lograrlo es fundamental superar los índices de inseguridad, originados, de acuerdo con las noticias que diariamente se difunden, a la acción de las bandas delincuenciales, cuyos integrantes dicen no tener ninguna oportunidad de ascenso social.

Pereira, enmarcada en uno de los más bellos parajes de la geografía nacional, tiene que fortalecer su política de inversión ambiental, que garantice, por lo menos, el agua que surte el acueducto. Además, debe promover un mejoramiento de la calidad en la prestación integral de los servicios públicos.

Uno esperaría que una acción conjunta entre el gobierno municipal, los empresarios, las comunidades organizadas y las universidades, desencadenara en un modelo de desarrollo de la ciudad para los próximos treinta años, que impidiera más improvisaciones, y que atacara aquellos problemas que se están volviendo estructurales, y que podrían convertirse en un gran obstáculo futuro para la convivencia de la sociedad, para mejorar la equidad social, para brindar nuevas oportunidades a los ciudadanos, para abrir espacios de deliberación y para lograr que el crecimiento de la economía redunde en una mayor calidad de vida y de desarrollo humano.