De acuerdo con las encuestas de los últimos días, el Centro Democrático, colectividad política que maneja el expresidente Álvaro Uribe Vélez, disputará con el Partido Liberal la preeminencia electoral para Congreso el próximo 9 de marzo.
Los buenos resultados del movimiento uribista en las encuestas se debe a que el exmandatario está buscando presidencializar la campaña y para ello utiliza su imagen personal y el mismo eslogan que usó en las dos campañas presidenciales que ganó en 2002 y 2006: “Mano fuerte y corazón grande”.
Uribe tiene un alto nivel de recordación y despierta sentimientos de solidaridad en varios sectores de la población, que animados con su regreso a la arena electoral quieren premiarlo con el voto, aunque desconocen los alcances de su proyecto político.
El expresidente ha preferido la imagen televisiva de su campaña, a los debates públicos. Esta decisión le ha quitado la posibilidad a los electores de saber qué está pensando él con respecto a temas cruciales del país.
Hubiera sido oportuno que Uribe le explicara a los colombianos, con total claridad cuál ha sido su papel en los recientes escándalos de corrupción y filtraciones en el Ejército.
Para el país sus opiniones con respecto a la paz, tendrían un gran valor, dado que hoy la sensación es que está en contra de los diálogos del gobierno con las FARC, los mismos que él persiguió durante años cuando ejerció la presidencial, y no se pudieron concretar.
Los colombianos, sin duda, agradecerían mucho que el expresidente Uribe explicara algunas de sus actuaciones en el gobierno, que han dado para que paramilitares extraditados lo hayan señalado en varios oportunidades de haber conocido sus movimientos, de haber aceptado su colaboración electoral y se haber protegido a algunos políticos vinculados con la parapolítica.
Uribe es un personaje de primer orden en la vida política nacional. Su gran fortaleza, y quizás la única, fue haber acorralado a las guerrillas y crear la sensación de un país pacificado, aunque en realidad no obtuvo ninguna victoria militar contundente que derrotara a la insurgencia. De otro lado, las negociaciones con los paramilitares, llenas de errores, permitieron la creación de bandas criminales a lo largo del país, que son las responsables de una violencia cruel que sigue produciendo centenares de muertes y avivando la sensación de inseguridad.
Fuera de los temas de seguridad, Uribe poco tuvo para mostrarles a los colombianos. El desempleo nunca cedió; la inversión extrajera se asomó timorata; los tratados de libre comercio no se pudieron firmar porque él no generaba confianza con las contrapartes gubernamentales; las relaciones internacionales fueron un fracaso; la pobreza y la miseria se mantuvieron en niveles altos; las políticas de vivienda, salud y educación apenas sí mostraron unos éxitos reducidos, que se magnificaban a través de una estrategia publicitaria que anestesió a la opinión pública, la misma que hoy aplaude su regreso a la lucha electoral.
Uribe animará, sin duda, los debates en el Senado. Su prestigió permitirá que otras personas ocupen sillones en esta Corporación. Esos nuevos senadores son desconocidos para la opinión pública. Lo único que se sabe de ellos es que son obsecuentes seguidores de lo que ellos llaman la liturgia uribista. Ninguno ha tenido la ocasión de mostrarse en los espacios publicitarios. Sus rostros están ensombrecidos por la rutilante figura del dueño del movimiento político, que es el único que tiene derecho a aparecer ante las cámaras. Elegir Senadores fantasmagóricos es una aberración democrática.
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