viernes, 13 de junio de 2008

Insostenibilidad alimentaria en Colombia

Una señora se acerca a Wal-Mart en Estados Unidos y se encuentra en la sección de granos con un aviso grande, pintado de azul, donde se le advierte que no podrá adquirir más de cinco kilos de arroz como una medida contra el acaparamiento. Un médico llega a un gran supermercado en Madrid e intenta comprar pan y leche y encuentra los estantes vacíos porque una huelga de camioneros impide la llegada de alimentos a la capital. En Bogotá, una ama de casa del sur compra una libra de papa que duplicó su precio en menos de dos meses por la disminución en la producción debido al excesivo invierno. En Buenos Aires hay muy poca soya en el mercado, porque la mayoría de ella se está dedicando a la producción de etanol. En México D.F. el maíz casi no se consigue y cuando se accede a él es a precios altísimos ya que las importaciones desde Estados Unidos han bajado sustancialmente, El gobierno de Rusia congeló por decreto el precio de la leche y ella desapareció como por encanto de los mercados formales y se vende clandestinamente. En una treintena de países africanos la comida ni se ve, y se sabe que muchas comunidades se alimentan únicamente de las hojas de los árboles.
Estas son las condiciones en que está viviendo la humanidad, mientras un puñado de inversionistas y de corredores de bolsa especula con los precios futuros de los alimentos y presionan una carestía universal, que se fortalece con la decisión de algunos gobiernos de ordenar combinaciones obligatorias de agrocombustibles con gasolina. Aunque los agrocombustibles apenas están tomando vuelo y no son todavía la variable sustancial del desabastecimiento y el alza en los precios de los alimentos, se erigen como uno de los hechos más sobresalientes de la estupidez humana: convertir en combustible de carros los alimentos que deberían ser energía para el desarrollo humano.
En este tema de los agrocombustibles, para el caso colombiano, el gobierno se está lanzando con los ojos cerrados por una trocha oscura, sin tener clara la verdadera capacidad que posee la biomasa nacional para cubrir la demanda interna. Hoy se sabe que para poder garantizar una mezcla obligatoria del 10% de etanol con gasolina, se ha tenido que importar desde Centroamérica. La carrera de “gallina ciega” que emprenden los ministros de Agricultura y Minas, está arrastrando a gran parte del país, que sigue creyendo que los agrocombustibles son una solución a la crisis de la agricultura y que los campesinos nuestros serán una especie de “Rockefeller criollos” que llenarán sus alforjas con millones de dólares.
Los precios mundiales de los alimentos también aumentan porque entraron en escena 700 nuevos millones de compradores procedentes de China, Asia y Brasil que están adquiriendo masivamente la producción de granos y cereales. A esto se suma que se han perdido las cosechas en varios lugares del mundo, debido a cambios climáticos drásticos.
En medio de este panorama, el Ministro de Agricultura de Colombia sostiene que el país está blindado contra la hambruna. Si es cierta la afirmación del gobierno, cuál es la razón para que el 80 por ciento de la población chocoana sufra enfermedades relacionadas con la desnutrición. Si estamos blindados contra una crisis alimentaria, por qué los indígenas Emberá llegan hasta Bogotá a denunciar que no tienen qué comer y las autoridades del Distrito deben atender de emergencia a sus niños por extrema desnutrición. Si es que estamos tan bien, ¿por qué la mayor pobreza y desnutrición se concentran en las zonas rurales?
Las palabras del Ministro quedan sin sustento al comprobarse que en Bagadó, murieron 80 niños de hambre en los años 2006 y 2007; que la mitad de la comida que se consume internamente debe ser importada, especialmente maíz, arroz, lenteja, alverja y trigo; que debemos traer plátano, aguacate y pescado de Venezuela y Ecuador; que miles de hectáreas que antes estaban dedicadas a la producción de arroz en varios municipios del Meta, ahora están sembradas con palma africana.
La posición del orientador de la política agropecuaria del país se vuelve deleznable, al conocerse cifras oficiales del DANE, que indican que su sector crece a una velocidad cinco veces menor que el promedio de la economía nacional. Esto se explica por varios factores: la migración, el desplazamiento forzado, la falta de política nacional en favor del campo, la poca competitividad agrícola frente al comercio internacional, ausencia de créditos para los pequeños y medianos productores, poca planeación en las siembras, mínima asistencia técnica y fenómenos climáticos.
A este panorama se le suman un aumento incontrolado de los precios de los alimentos, que están presionando hacia arriba la inflación del país y la denuncia de que cerca de medio millón de niños ejercen como peones en el campo, lo cual podría restarle a Colombia posibilidades de competitividad en el mercado internacional, donde esta clase de iniquidades sociales son fuertemente sancionadas, especialmente en Europa.
Y, finalmente, qué tendrá para decir el Ministro de Agricultura ante el aumento del 23% en las áreas de cultivos ilícitos en el país en 2007, lo que deja a Colombia con 98.000 hectáreas sembradas de coca y amapola (las mismas cifras del año 2000) y 100.000 familias dedicadas a su cultivo. Estas cifras demuestran que la política agropecuaria ha sido un fracaso y que no hay opciones para que la gente se salga de la ilegalidad.