domingo, 4 de noviembre de 2007

LOS QUIMICOS DE LA MUERTE

A principios de la década de los años sesenta, la investigadora Rachel Carson[2] advirtió sobre los graves efectos del uso indiscriminado del DDT[3] para la salud y la vida de las personas. También se refirió a otras sustancias químicas altamente tóxicas que se estaban utilizando en la agricultura y que penetraban peligrosamente en la cadena alimenticia, con resultados nefastos para el hombre y los animales. Cuatro décadas después, muchas de esas sustancias se siguen aplicando sin mayor control en los países subdesarrollados, mientras que en Europa y Estados Unidos desaparecieron del comercio.

Una de las naciones más afectadas por la utilización de químicos es Colombia, donde se libra una guerra contra el narcotráfico y la base del combate son las aspersiones aéreas con productos prohibidos en gran parte del mundo. Se usa para las aspersiones un producto comercial del glifosato llamado Roundup, que tiene en su composición un elemento que facilita su penetración en la planta llamado polioxietilenoamina (POEA), con una toxicidad aguda tres veces superior a la del glifosato puro, que produce daños grastrointestinales, afecta el sistema nervioso central, crea problemas respiratorios y destruye los glóbulos rojos. La mezcla utilizada para las aspersiones está compuesta en un 45% de glifosato, 1% de Cosmo Flux, 0,33% de Cosm IN y 54% de agua[4].

Así mismo, se están haciendo fumigaciones con Fusarium, que es un hongo fitopatógeno que vive en zonas templadas y tropicales y que al introducirlo en un ecosistema tan complejo como el colombiano podría atacar a cultivos para el consumo de la población, poniendo en peligro la biodiversidad (Galeano[5]). El Fusarium, adicionalmente, es una mictoxina que se empezó a desarrollar como agente para la guerra química, debido a que las trichothecenas aisladas tienen la capacidad de matar a una persona con una dosis de 4 a 5 miligramos.

Este es un ejemplo de la inconsistencia entre los discursos político-ambientalistas de los gobiernos de los países desarrollados y las actividades de su industria, que se hace visible en el comercio de los clorofluorocarbonados (CFC) y halones, que según el Protocolo de Montreal (1998) suscrito por 30 naciones pretendía controlarlos para evitar daños atmosféricos y en la capa de ozono. Sin embargo, a principios del siglo XXI, «los países en desarrollo seguían siendo mercados importantes para estas sustancias químicas que dañan la capa de ozono, pero que no se venden en otras partes del mundo» (Gilpin). Los CFC se usan en refrigeradores, embalajes de polietileno, industrias electrónica y de propulsores de aerosoles. En 1996 el gobierno estadounidense, entre otros, prohibió la producción de clorofluorocarbonados.

El discurso ambientalista que los países ricos emiten a través de la Organización Mundial del Ambiente (GEP por sus siglas en inglés), instancia creada por las Naciones Unidas para otorgar ayuda financiera en forma de concesiones a los países en desarrollo, tiene como propósito proteger la capa de ozono, preservar los recursos acuáticos, resguardar la diversidad biológica y reducir la emisión de gases causantes del efecto invernadero. Sin embargo, ninguna de estas buenas intenciones ha sido exitosa porque esos países siguen enviando sus productos contaminantes e instalando sus industrias peligrosas en las naciones en desarrollo que poco interés le prestan a la protección de sus recursos.

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[2] Rachel Louise Carson bióloga norteamericana, autora de Primavera Silenciosa y una de las más importantes promotoras de la conciencia social ambiental. 1907 - 1964
[3] Dicloro-difenil-tricloroetano es un compuesto básico para los insecticidas. Es incoloro y cristalino. Es muy soluble en las grasas y en disolventes orgánicos y prácticamente insoluble en agua.
[4] Tobón, Humberto. Las fumigaciones en Colombia. Ecoportal, 2004
[5] Galeano, Eduardo. Informe sobre Hongos Patógenos. Boletín de Acción Ecológica «Alerta Verde»

viernes, 2 de noviembre de 2007

GAVIRIA: EL ENTERRADOR DEL LIBERALISMO

La más grande equivocación histórica del liberalismo fue haberle entregado nuevamente la Dirección Nacional a César Gaviria Trujillo, quien con una meticulosa precisión fue derrumbando a sus contradictores, generando divisiones internas, conduciendo al Partido hacia la derecha, auspiciando vetos políticos, regresando a la vieja práctica de la “dedocracia”, desconociendo los estatutos, acercándose a los partidos uribistas, desvaneciendo la oposición y tramitando sigilosamente su aspiración de reelección presidencial en 2010.

Lo poco que había avanzado en democracia interna y en modernización ideológica el liberalismo, fue aplastado por la pragmática actitud de Gaviria de alejarse del debate ideológico, donde evidentemente siempre ha salido perdedor, para ingresar en la ruta de las componendas y las negociaciones.

La situación ha llegado a un punto tan crítico, que las organizaciones internas dispuestas estatutariamente para el estudio, el análisis y la investigación política, prácticamente desaparecieron. En tanto, los dirigentes que mantienen una posición crítica al interior de la colectividad y enarbolan una visión alternativa de desarrollo, fueron silenciados.

Los resultados de la gestión de Gaviria no pueden ser más lamentables. Fue contundente la caída en la representación parlamentaria, al punto de que el liberalismo, que siempre fue mayoría en el Congreso, ahora hace parte de las minorías. Mucho más desastroso es su balance en las elecciones Presidenciales, donde el número de votos fue el más bajo de los últimos treinta años y ampliamente superado por el Polo Democrático. Y ahora, perdió gran parte de su poder regional.

Gaviria se dedicó con un empeño y una meticulosidad digna de mejores causas, a evitar que líderes liberales tramitaran dentro del Partido sus aspiraciones electorales y decidió, en la más burda estrategia, recoger gentes de otros partidos para que representaran a la colectividad. El hecho de renunciar en Bogotá, por ejemplo, a tener un candidato propio, y plegarse a Peñalosa, fue una equivocación apenas comparable con la del Partido Conservador, que se resignó a no volver a presentar aspirantes suyos a la Presidencia de Colombia.

Si lo que persigue Gaviria es ir allanando el camino para convertirse en opción presidencial en 2010, está cometiendo una equivocación garrafal de cálculo, porque si existe un político desacreditado en Colombia, es precisamente él, quien en las encuestas aparece con niveles de rechazo que triplican su imagen positiva. Y la razón es muy sencilla: durante su gobierno le propinó un golpe de gracia a la economía nacional y adoptó unos postulados económicos que empobrecieron a la mayoría de los sectores y aumentaron despiadadamente la pobrería y la miseria en el país.

Todo esto conllevará, necesariamente, a que haya un replanteamiento en el corto plazo en la Dirección del Partido, antes que lo único que quede para recoger sea el envejecido aviso de la sede de la Caracas.