lunes, 25 de febrero de 2008

A PESAR DEL ODIO QUE LE TIENEN, PIEDAD CORDOBA ES LA COLOMBIANA MÁS IMPORTANTE

Negra, vendepatrias, traicionera, anticolombiana, comunista, guerrillera, estúpida… Estos son apenas algunos calificativos publicables que le dicen diariamente a Piedad Córdoba, aquellas señoras y señores cuya importancia relativa para el país es ninguna, pero que afilan su lengua apenas aparece públicamente la Senadora.

Piedad Córdoba es una indeseable para la mayoría de los colombianos. A ella, en un país terriblemente segregacionista, no le perdonan su color de piel. Ser negra o negro en Colombia es una condena anticipada a la discriminación. Casi ninguna esfera importante de la vida social y económica acepta a los negros. El general More y la ministra de cultura Paula Marcela Moreno, son las excepciones, no por el querer de las poderosas mafias políticas, sino por un mandato expreso de la influyente Black Caucus, a la cual pertenecen los congresistas negros de los Estados Unidos.

A la senadora Córdoba nunca la van a querer en un país donde a la gente le gusta hablar en términos figurativos, donde reina el chisme y la conseja, donde las verdades son a medias y donde el anónimo tiene un papel central en los acontecimientos rutinarios. Este es un escenario poco propicio para una mujer que habla claro y dice lo que piensa.

Cómo va a ser posible que a Piedad, la que habla duro y de frente, la pueda acoger una nación tremendamente machista, donde la mujer no tiene espacios para manifestarse; es objeto permanente de agresión física, moral y sexual; y está excluida de las grandes decisiones políticas y económicas.

A ella la llaman traicionera y vendepatria porque no hace parte de las mayorías, ni se pone las rodilleras institucionales, ni se deja convencer de los discursos mesiánicos, ni hace parte de las multitudes esquizofrénicas.

Los calificativos de guerrillera y comunista se los endilgan porque su posición política de la más pura entraña liberal, se contrapone a las expresiones gubernamentales. La gente al perder el norte de la esencia filosófica de los partidos políticos, es incapaz de entender un discurso que defienda las libertades, que propenda por el libre examen y que procure salidas negociadas antes que una guerra fratricida.

Sin ninguna duda, Piedad Córdoba es la mujer más importante de la política en Colombia, para no decir que es la colombiana más vistosa y destacada en el escenario internacional. Ella, por su gran arrojo, ha podido más ante el tema del secuestro, que la retórica gubernamental. Ella ha concentrado mucha más atención de los grandes poderes mundiales que la deplorable política diplomática del gobierno. Por sus propios méritos, en contra de la voluntad de los jefes de su Partido, sin medir riesgos, llegando incluso a los excesos, le ha permitido a decenas de familiares de secuestrados mantener prendida la llama de la esperanza de poder volver a ver a sus seres queridos con vida y en libertad.

Mientras Piedad cumple con la loable misión de buscar la libertad de los secuestrados por las FARC, en los cafés, en las oficinas, en los taxis, en las universidades, en los salones de belleza, en los campos de golf… hay señores y señoras, sin ninguna importancia relativa para el país, hablando de esa negra, guerrillera, vendepatrias, traicionera y estúpida.

sábado, 2 de febrero de 2008

INDIFERENCIA NACIONAL FRENTE A LA MUERTE DE NIÑOS POR CONSUMIR AGUA CONTAMINADA

Veinte mil niños mueren cada año en Colombia por afecciones relacionadas con la ingesta de agua de mala calidad. La afirmación fue hecha por el Procurador General de la Nación. Este dramático anuncio apenas sí fue objeto de reporte en los noticieros de televisión y sirvieron para una noticia marginal en la radio. Los periódicos más importantes del país la refundieron en sus páginas interiores.

Es tal la indiferencia ciudadana sobre lo que ocurre a su alrededor, que el anuncio del Procurador se convirtió simplemente en una cifra fría. Muy pocos se detuvieron a examinar las implicaciones sociales y ambientales de la muerte de 55 niños diariamente por tomar agua no apta para el consumo humano.

A los colombianos en general les importa muy poco que cada hora mueran 2,2 niños. Este no es un problema que sea considerado importante, como tampoco lo es que 714 municipios no suministren agua potable a sus habitantes.

Si Colombia representara una nación coherente y preocupada, exigiría que le contaran con toda claridad qué hicieron en los últimos seis años los gobiernos regionales y locales con $11.7 billones, que estuvieron dirigidos a asegurar la oferta de agua potable.

Como a nadie le importa nada, es fácil para funcionarios venales apropiarse los dineros públicos y seguir ejerciendo irregularmente sus labores, sin que ninguna autoridad los sancione. Ni siquiera el Procurador, tan preocupado por dar a conocer la cifra de niños muertos, es capaz de reportar el número de servidores públicos destituidos y judicializados por hacer desaparecer la plata y por constituirse en sospechosos de homicidio culposo.

Las metas propuestas por el gobierno para lograr altos niveles de cobertura en acueducto y alcantarillado se tendrán que aplazar si continúa este desgreño en el manejo de los recursos financieros, especialmente relacionados con las transferencias del Sistema General de Participaciones y las Regalías. Entre tanto, los niños de Tabor en el Chocó o los de Crespo en Cartagena, se seguirán pareciendo cada vez más a sus similares de Biafra en el África.