lunes, 24 de septiembre de 2007

ELSA GLADYS: ELOGIO A LA INDIGNIDAD Y EL INDECORO

En 1990 apareció la abogada Elsa Gladys Cifuentes en la campaña del candidato liberal a la alcaldía César Castillo. Fungía como jefe de las juventudes de Unificación Conservadora, movimiento orientado en ese entonces por el senador Emiliano Isaza Henao. En un golpe de astucia, ella logró romper buena parte de las bases de esa agrupación y arrastró a un cúmulo de entusiastas goditos para que cerraran filas en torno a Castillo y le ayudaran a ganar la Alcaldía de Pereira.

Desde ese momento, la joven abogada dedicó todos sus esfuerzos a acabar con Unificación Conservadora. Demolió rápidamente a Jaime Escobar Vallejo, el segundo hombre más importante del movimiento. Luego le cayó encima como una aplanadora al parlamentario Germán Martínez Mejía, a quien le restó toda opción de continuar en el Congreso, mientras el senador Isaza moría. Además, invisibilizó a Alberto Zuluaga Trujillo, jefe máximo del pontificado conservador de Santa Rosa de Cabal.

Todos los objetivos de aniquilar esa poderosa maquinaria política conservadora se cumplieron. La que fue, junto con Unidad Liberal, la fuerza más representativa de la política risaraldense, acabó hecha trizas y sólo quedó como vestigio una vetusta sede pintada de azul, que rápidamente empezó a caerse a pedazos por falta de uso.

Elsa Gladys empotrada como concejal de Pereira y luego como diputada de Risaralda, logró construir una alianza con Unidad Liberal, que le brindó la posibilidad de crecer políticamente y tener una amplia representación burocrática en la Alcaldía y la Gobernación. Fundó la Nueva Fuerza Democrática y se unió a Andrés Pastrana Arango. Estas dos jugadas marcaron su camino político, el cual ha estado lleno de movimientos arriesgados. Pasarse de un movimiento ideológicamente afín a Álvaro Gómez Hurtado, para coger las banderas del “pastranismo”, dejó traslucir lo que sería una vida política inestable. Y acercarse al liberalismo para ganar espacio, reconocimiento y recursos para hacer la política, para luego fundar un movimiento con el fin de derrotar a quienes fueron sus mecenas, dejaron ver sus sentimientos de traición e infidelidad.

Para poder conquistar espacios y garantizar la supervivencia de su proyecto político, convenció a Luis Carlos Ramírez Múnera, uno de los propietarios del Diario del Otún, con el fin de que él participara más activamente en la vida política local. Ese matrimonio parecía bastante provechoso, especialmente cuando Elsa Gladys anunció su aspiración a la Gobernación de Risaralda y Ramírez hizo pinos en la Cámara de Representantes. El futuro parecía alumbrar para estas dos jóvenes figuras políticas. Sin embargo, el camino los conduciría hacia jornadas tormentosas que echarían por el suelo aquellos sueños que juntos forjaron.

Con un Partido Conservador acabado y con una coyuntura política que apuntaba a socavar la hegemonía de tres décadas de Unidad Liberal, las cosas estaban puestas en favor de Elsa Gladys. Todas las agrupaciones políticas del departamento, distintas al gavirismo, se unieron para ganar las elecciones de Alcaldía de Pereira y Gobernación de Risaralda, y para ello propusieron el nombre de dos señoras con capacidades académicas y técnicas bastante discutibles, pero con grandes ambiciones políticas.

El denominado Pacto de Guacarí conformado por la senadora liberal María Isabel Mejía, los representantes liberales Germán Aguirre Muñoz y Octavio Carmona, el Partido Conservador y otro cúmulo de pequeñas fuerzas, eligieron a Marta Bedoya alcaldesa de Pereira y a Elsa Gladys Cifuentes como Gobernadora de Risaralda. Y en ese momento acabaron con la carrera política local del senador Rodrigo Rivera Salazar y sometieron a un largo periodo de sequía a Diego Patiño Amariles y Juan Manuel Arango Vélez.

En ejercicio de la Gobernación, Elsa Gladys abandonó a todos aquellos que habían hecho parte de su proyecto político. Rápidamente, se deshizo de Luis Carlos Ramírez y no le prestó la colaboración que requería para sucederla en el cargo. Vio que asomaban dirigentes como Amparo Lucía Vega, Víctor Manuel Tamayo y Ramiro Velásquez con interés político de llegar al Senado y cercenó sus aspiraciones al darle su respaldo al dirigente tolimense Humberto Gómez Gallo, quien sumó alrededor de 11.000 votos. Con esa jugada se quitó de encima cualquier tipo de competidor al interior del Partido Conservador.

Debido a su cuestionado paso por la Gobernación de Risaralda y con un balance bastante lánguido en su gestión administrativa, el liberalismo logró reagruparse y ganar nuevamente la posición con el médico Carlos Botero.

Sus andanzas como exgobernadora al lado de Humberto Gómez, la llevaron al punto de ser nominada como Defensora del Pueblo, pero viejos aliados suyos como Germán Aguirre y John Jairo Velásquez, se encargaron de crearle un ambiente hostil en el Congreso que terminó por propinarle la primera de una serie de derrotas. Luego fue despedida por el senador Gómez Gallo, presidente del Senado, después de que ella empezara a tramitar su aspiración para la Cámara Alta en los municipios conservadores del Tolima, moviéndole la silla a quien era su jefe.

Frente a semejante sacudón, ella se abrió paso hasta donde el presidente Álvaro Uribe, y logró que este la tuviera en cuenta para la terna de Fiscal General de la Nación a nombre del Partido Conservador, pero la rápida reacción del entonces senador Carlos Holguín Sardi, jefe de esa colectividad, evitó que su nombre fuera inscrito y a cambio entró Consuelo Caldas.

Ya estigmatizada por el conservatismo, empezó a buscar espacio en una fuerza multipartidista y encontró como anillo al dedo a Cambio Radical, que estaba buscando quién podría representarlo en Risaralda. Como ninguno de los jefes locales le creyó al senador Germán Vargas Lleras, este no tuvo más remedio que entregarle la representación política de su movimiento a Elsa Gladys Cifuentes. En esas condiciones, ella se postuló para el Senado de la República y sufrió una estruendosa derrota.

Ya sin ninguna vigencia en la política risaraldense, buscó el apoyo del senador Vargas Lleras para entrar en la burocracia y lo logró. La nombraron gerenta de Etesa y sacó de allí a su amiga de siempre, Beatriz Giraldo. Sin embargo, publicaciones de medios nacionales sobre posibles riesgos de alta corrupción, hizo que el presidente Álvaro Uribe ordenara anular el decreto de nombramiento, exactamente el mismo día en que se iba a posesionar.

Con gran insistencia, convenció al senador Vargas nuevamente de que la nombraran como cónsul en Puerto Rico. Y el decreto salió. Sin embargo, informaciones de un semanario pereirano que llegaron a manos de la Canciller, hizo que nuevamente el decreto se recogiera y se nombrara allí a otra persona.

La mejor disculpa social que encontró Elsa Gladys Cifuentes para enfrentar esta nueva derrota, fue anunciar que se vincularía a las campañas políticas de Marta Bedoya a la Alcaldía y Víctor Manuel Tamayo a la Gobernación. Dos meses después de haber anunciado públicamente que Cambio Radical estaría con Tamayo y de haber puesto en la tarima a su jefe Germán Vargas a hablar maravillas del dirigente santarrosano, de la noche a la mañana aparece anunciando que su respaldo sería en adelante para el candidato liberal Germán Chica Giraldo, y por lo tanto volverá a estar cerca de aquellos a quienes combatió con fiereza: Carlos Botero, Diego Patiño, Rodrigo Rivera y Juan Manuel Arango.

Elsa Gladys Cifuentes se reinventa a cada instante. Para ella la política es un proceso que muta a gran velocidad. La palabra empeñada y la fidelidad a los principios ideológicos son quimeras. La traición es un valor ético en su personalidad. Mentir es una de sus armas favoritas en la actividad política. Tiene un gusto especial por ver cómo derrumba liderazgos y cómo le cierra el camino a quienes ella considera que son adversarios en el corto plazo. Su gran habilidad para estar cerca del poder, usando la adulación, es lo que le permite volver a sentarse a la mesa con quienes masacró, sin inmutarse y con una gran sonrisa. Pero lo más interesante del caso, es que todos quienes la sufrieron, sienten un gran placer por volverla a tener a su lado.

jueves, 6 de septiembre de 2007

EL PROTOCOLO DE KIOTO Y LAS REACCIONES POLITICAS

El Protocolo de Kioto fue firmado por 141 países en 1997, pero sólo fue ratificado por 125 naciones y entró en vigencia en 2005. El objetivo que persigue es reducir en un 5 por ciento las emisiones de gases causantes del efecto invernadero en el 2012 frente al nivel que se tenía en 1990, tomado como año base.
Los gases de efecto invernadero que hacen parte del Protocolo y sobre los cuales actúa la medición de los objetivos propuestos son: dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, hidrofluocarbono, perfluorocarbono y el hexafluorocarbono de azufre.
Si se logran los objetivos se estará aminorando el calentamiento global, preservando los páramos y evitando la destrucción de la capa de ozono. En esencia, como lo dijo el exsecretario general de la ONU, Kofee Annan, de lo que se trata es de «mantener estabilizadas las concentraciones de gases de efecto invernadero a un nivel compatible con el desarrollo sustentable, la producción de alimentos y la preservación de los ecosistemas»
La demora en entrar en vigencia el Protocolo radicaba en que el mismo debía estar ratificado por países que en conjunto emitieran más del 55% del total de dióxido de carbono, uno de los seis gases que más daños le causa a la atmósfera, y eso sólo se logró cuando Rusia tomó la decisión de sumarse a los 124 países que ya habían aprobado acogerse a los mandatos del Protocolo, que es un documento de 28 artículos y dos anexos jurídicamente vinculante, en donde se obliga a los firmantes a realizar mayores esfuerzos de control y transparencia sobre sus datos reales de emisiones.
Llegar al Protocolo de Kioto en 1997 fue una tarea que comenzó institucionalmente doce años antes en Villach, donde se reunieron científicos de 29 países y reconocieron lo que en 1957 profesores de Hawaii habían descubierto: un incremento permanente del dióxido de carbono en la atmósfera que estaba generando un efecto invernadero sobre el planeta.
En 1988 se realizó la Conferencia Mundial para el Clima y el Desarrollo en Hamburgo. Allí se propuso una mayor eficiencia energética para disminuir las emisiones de dióxido de carbono en el periodo 2000 - 2015 entre el 30% y el 50%. Ese mismo año en Toronto, científicos de 45 países hablaron en la Conferencia sobre Cambios Atmosféricos en torno al efecto invernadero. En ese momento el tema ya había tomado tanta trascendencia a nivel mundial, que científicos y funcionarios de 188 naciones se dieron cita en la Conferencia de Londres para el Cambio Climático en 1989, año en el cual se reunieron también los líderes mundiales en La Haya, preocupados por los descubrimientos que se estaban haciendo debido a las emisiones de gases por la combustión de hidrocarburos.
En 1990 el mundo conoció las primeras cifras concretas de las evaluaciones científicas, las cuales fueron presentadas en la Asamblea de las Naciones Unidas. Entre las conclusiones estaban que la temperatura hasta finales del siglo XXI aumentaría cada década en 0,3ºC. Que el nivel de los mares se incrementaría paulatinamente hasta en 20 centímetros antes de 2030 y llegaría a 65 centímetros en 2100. Y que el 70 por ciento de las emisiones dañinas provenían de países desarrollados y el otro 30 de los que están en vía de desarrollo. Esas predicciones se han actualizado con nuevas mediciones en los últimos 15 años. Se afirma por parte del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático que la temperatura podría incrementarse en 5,8 grados centígrados para el año 2100 si no se toman medidas urgentes, lo que representaría la mayor alza en casi 10.000 años. También se asegura que el nivel de los mares aumentará 50 centímetros y que las emisiones de los países en desarrollados se han incrementado sustancialmente y ya no existe esa diferencia tan marcada en este campo frente a las naciones industrializadas.
Con un panorama tan poco alentador se llegó a la Conferencia de las Naciones Unidas para el Ambiente y el Desarrollo en 1992 en Río de Janeiro. Una de las grandes conclusiones de este evento fue la Convención Básica para el Cambio Climático, a través de la cual se planteó la necesidad de que las naciones más industrializadas redujeran sus emisiones al nivel de 1990. Para revisar el avance de la Convención, se reunieron en Berlín en 1995 representantes de 150 naciones, pero los resultados fueron decepcionantes, entre otras razones, porque no había interés político ni económico en promocionar fuentes alternas de energía, aminorar las descargas de gases producidos por combustión de hidrocarburos o aplicar impuestos al carbón.
Con el precedente de Berlín y un fracaso adicional en Ginebra, se produce la reunión de Kioto en 1997, donde se firma por parte de 144 países un Protocolo que acoge en gran medida las propuestas hechas en Río. Entre las novedades, se planteó la posibilidad de que las naciones desarrolladas pudieran implementar mecanismos de intercambio de emisiones y que se inmiscuyeran a las naciones en desarrollo a través de Mecanismos de Desarrollo Limpio. Siete años después el Protocolo entra en vigencia.
La meta global del Protocolo es disminuir las emisiones en un 5 por ciento frente a la base que es 1990. Llegar a este porcentaje se logrará a través de la reducción del combustible de origen fósil; un masivo proceso de reforestación para acelerar la conversión del dióxido de carbono; promover y adaptar nuevas energías como la eólica, solar, mareomotriz, biomásica, gas y nuclear; y retirar las máquinas obsoletas e instalar convertidores catalíticos a los vehículos para evitar que viertan a la atmósfera sus contaminantes.
Los científicos han planteado la necesidad de que las medidas que se adopten en procura de mejorar el medio ambiente sean racionales y sometidas a evaluaciones muy precisas, para evitar que los remedios que se apliquen sean peores que la enfermedad, tal como aconteció con la prohibición del plomo como aditamento de la gasolina y para su reemplazo se adoptó un compuesto altamente tóxico basado en benceno. Estas decisiones van en contravía de una concepción ética que ha ido ganando terreno entre la comunidad científica y es que los métodos para reducir la contaminación del aire no deben aumentarla en otros sectores del ambiente, como los suelos o el agua.
Al momento de entrar el vigencia el Protocolo de Kioto, la Organización Mundial de la Salud reveló que las siete ciudades más contaminadas del planeta eran México D.F., Pekín, El Cairo, Yakarta, Los Ángeles, Sao Paulo y Moscú, mientras que a nivel latinoamericano figuraban Ciudad de México, Sao Paulo, Caracas, Quito, Bogotá, Santiago de Chile y Río de Janeiro[2]. Los países del centro y sur de América no están cobijados con la obligatoriedad de reducir las emisiones, a pesar de que en conjunto emiten el 9 por ciento de los (GEI)[3]. Los más contaminantes son Brasil, México, Venezuela y Argentina, responsables del 70 por ciento de las emisiones en la región.

Las reacciones políticas sobre Kioto. Aunque la mayor parte de los países refrendaron el Protocolo, la negativa de Estados Unidos a hacerlo creó una gran decepción mundial y una ira contenida contra este gigante económico. Estados Unidos tiene el 5 por ciento de la población mundial y contribuye con el 25 por ciento de la contaminación atmosférica global y representa el 40 por ciento de la de los países desarrollados. Su desafiante determinación no implica para ellos recriminación ni sanciones políticas y económicas.
El mayor contaminador del mundo continúa sosteniendo que el Protocolo no es de su interés, como lo subrayó la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice. «Es muy dañino y negativo para la economía estadounidense. No es parte de nuestro futuro», dijo. Ellos prefieren, en consideración de Gilpin, asumir los costos económicos de control de la contaminación, los cuales se incrementaron alrededor de cuatro veces entre 1972 y 1990 y llegaron a un nivel de 115 mil millones de dólares en ese último año, es decir, cerca del 2.1% del PIB. Hoy esos costos podrían subir al 3% de su Producto Interno Bruto. Incluso, estudios de las naciones pertenecientes a la OCDE sugieren que una disminución sustancial del dióxido de carbono por debajo de los niveles de 1990 podría representar varios puntos porcentuales del PIB, lo que podría ser una talanquera al cumplimiento de los compromisos del Protocolo de Kioto.
Como se nota, la decisión norteamericana de hacerle el quite al compromiso de disminuir paulatinamente sus emisiones de clorofluorocarbonados y bióxido de carbono, está sustentada en la protección de los intereses económicos de las industrias petrolera y automovilista. Además, esgrimió como razones para rechazar en 2001 definitivamente cualquier posibilidad de firmar el documento, que no estaba de acuerdo con que a los países en desarrollo no se le exija el recorte de emisiones de gases.
La decisión de permitir que las naciones en desarrollo no tuvieran que hacer reducción en sus emisiones creó un panorama muy complejo, que cada día genera grandes debates, entre otras razones, porque desde 1990 los países inicialmente no contemplados aumentaron grandemente sus niveles de consumo de gases contaminantes por el desarrollo de la industria y el número de vehículos que entraron en circulación. Una era la realidad en el momento en que se hizo la reunión en Kioto y otra muy distinta al inicio del siglo XXI. Entre los que quedaron exentos de cumplir con los mandatos del Protocolo están China, India, México y Brasil, cuyas economías y desarrollo si bien no están al nivel de los países más industrializados, tampoco lo están al nivel de los más atrasados.
China, por ejemplo, que ha dado un salto muy grande en la economía mundial, es hoy la segunda nación que más gases expele a la atmósfera con el 13,6 por ciento (incrementó sus emisiones desde 1997 en un 47 por ciento), por lo que no se entiende su determinación de actuar sólo como firmante y no como aportante a la reducción. Lo mismo acontece con la India, que hoy se considera el quinto país más contaminante del aire. Frente a esta discriminación y a la ausencia de un nuevo anexo que obligue a China e India a combatir la emisión de dióxido de carbono y otros gases nocivos causantes del recalentamiento de la Tierra, es comprensible la actitud de rechazo de algunos países industrializados frente a esta asimetría que se podría ver reflejada en mayores costos de producción y menor nivel de competitividad en los mercados internacional.
La decisión de excluir a los países en desarrollo del cumplimiento del Protocolo, podría generar como reacción que ellos incrementen las emisiones de gases dañinos en su carrera por alcanzar mayor crecimiento en sus economías y más altos estándares en sus niveles de vida.
Lo que sí es evidente, es que los países industrializados con solo el 20 por ciento de la población mundial emiten el 60 por ciento del dióxido de carbono, metano y otros gases letales.



[2] Resultados del estudio sobre calidad de vida en grandes ciudades realizado por la consultora estadounidense William Mercer.
[3] Gases de Efecto Invernadero que provocan el calentamiento del planeta: CO2 (gas carbónico o dióxido de carbono), CH4 (metano), protóxido de nitrógeno (N20) y tres gases fluorados (HFC, PFC, SF6).