jueves, 16 de julio de 2009

Apocalipsis climático

El cambio climático exige un tipo de acciones inmediatas que, sin embargo, nadie va a adoptar. Lo urgente hoy para las naciones desarrolladas es encontrar soluciones a la pavorosa crisis financiera mundial y poco las trasnocha el tema ambiental.

Nadie es ajeno a que la vida en la Tierra está en serio riesgo si se siguen lanzando millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmosfera cada año. Pero las acciones concretas para frenar esta acelerada carrera contaminante son lentas, tal como se hizo evidente con los compromisos aprobados a través del Protocolo de Kioto y como está ocurriendo con las negociaciones previas a la cumbre mundial del clima en Copenhague.

En la reciente reunión de L´Aquila, Italia, los gobernantes de China, India, México y Brasil manifestaron no estar interesados en un acuerdo para disminuir a la mitad sus emisiones de dióxido de carbono y otros gases que afectan el clima, antes de 2050. La razón que expusieron es que sus economías emergentes requieren de un número mayor de años para llegar al nivel de desarrollo que se han trazado y, por lo tanto, cortar de tajo el uso de combustibles fósiles sería un gran obstáculo para sus pretensiones económicas.

Argumentan estos países que no es justo que las naciones desarrolladas hayan logrado altos niveles de crecimiento basados en el uso intensivo del carbono, y ahora quieran impedir que otros hagan lo mismo, so pretexto de la necesidad de cuidar el planeta.
Dichos países emergentes han aumentado significativamente sus descargas de gases de efecto invernadero a la atmosfera en los últimos doce años. China, por ejemplo, ha mantenido un crecimiento anual del PIB cercano al 10%, basado en la quema de carbón para sus procesos industriales, triplicando las descargas de gases dañinos. Para tratar de alcanzar su prosperidad, China ha dejado moribundo el río Amarillo, el cual ya perdió el 80% de su caudal y recibe 5.000 millones de toneladas de aguas residuales cada año. El gigante asiático tiene a 700 millones de sus 1.300 millones de habitantes consumiendo agua contaminada, especialmente en las zonas rurales. Los chinos, que no quieren saber de controles al dióxido de carbono, encabezan el vergonzoso récord de contar con 16 de las 20 ciudades más contaminadas del mundo.

La intransigencia de estas cuatro naciones y de muchas más, es lo que hace prever que Copenhague será una nueva decepción y que se requerirán más que razones políticas para hacerles entender que la vida sobre el Planeta es mucho más importante que un crecimiento económico concentrado, el cual, a propósito, no se traduce en disminuciones trascendentales del hambre, la pobreza y la miseria.

Debido a que el cambio climático sigue su marcha imperturbable y desastrosa, anualmente mueren alrededor de 300.000 personas por efectos de las sequias, las inundaciones, el hambre y el excesivo calor. Va este dato para quienes se preocupan prioritariamente por la crisis económica: los problemas asociados con el clima causan pérdidas anuales por 130.000 millones de dólares, de acuerdo con revelaciones hechas por el exsecretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan.

Las proyecciones, si no se disminuyen de manera inmediata la emisiones de Gases de Efecto Invernadero, son que en las próximas dos décadas el mundo verá cómo unas 50 millones de personas serán refugiadas ambientales, especialmente en las zonas costeras, fruto del aumento del nivel del mar. También se asistirá a la muerte de medio millón de personas por desastres asociados con el clima. El número de indigentes llegará a los 1.500 millones de personas. Los muertos por hambre sobrepasarán las 10 millones de personas al año. Las pérdidas que sacudirán las economías serán iguales a las actuales ayudas entregadas por Estados Unidos al sistema financiero.

El mundo será un caos. Todos sentirán los efectos del cambio climático. Claro que los países pobres sufrirán más que los ricos, pero estos últimos tampoco escaparan a las nefastas consecuencias, porque el fenómeno del calentamiento es global. Ya Francia, Inglaterra y Estados Unidos han vivido en carne propia los embates de la naturaleza.

Nuestros nietos sentirán las calamidades ambientales, pero sus hijos asistirán a un verdadero Apocalipsis si quienes habitamos hoy el planeta no hacemos lo necesario para evitar el desastre anunciado.

domingo, 5 de julio de 2009

La reelección lo ensombrece todo

En el reciente encuentro entre los presidentes de Estados Unidos y Colombia quedó en evidencia que el tema de la reelección presidencial, auspiciada y defendida desde el gobierno colombiano, oscurece cualquier avance que se produzca en temas económicos, ambientales y de política internacional.

Los periodistas estuvieron más pendientes de cuál era la reacción de Obama sobre el interés de elegir a Uribe por tercera vez y dejaron de lado sus posturas frente al tema del Tratado de Libre Comercio, las energías limpias y los acontecimientos sobre violaciones a los derechos humanos y los asesinatos extrajudiciales por parte de agentes del Estado.

La prensa mundial, que se ha manifestado en contra de la segunda reelección de Uribe por inconveniente, tiene en las palabras de Obama tres aspectos esenciales para seguir insistiendo en este tema. El primero, es que debe haber un límite en la permanencia de un gobernante en el poder y que es muy malo para la democracia tratar de eternizarse en él. El segundo, que se deben respetar los mandamientos de la Constitución y ella no se debe modificar por coyunturas políticas. El tercero, que la grandeza de un estadista depende de si es capaz o no de vencer su vanidad y retirarse del cargo a pesar de su popularidad.

En las democracias más sólidas del mundo a nadie se le pasa por la mente proponer una modificación a los periodos políticos constitucionales. Sin embargo, ello sí ocurre en democracias frágiles como las latinoamericanas, donde se ha desatado una fiebre por las reelecciones, acudiendo a la democracia plebiscitaria en unas ocasiones y en otras a reformas de la Constitución aprovechando las mayorías en el Congreso y al inmenso poder presidencial.

En el caso colombiano, Uribe logró que se modificara un “articulito” de la Constitución en el Congreso, a través de maniobras que se van dilucidando por parte de la justicia y que han resultado abiertamente contrarias a Derecho, y donde se evidencia que hubo manifestaciones corruptas que ya tienen a tres excongresistas en la cárcel y que podría aumentar su número si se comprueban denuncias sobre intercambio de puestos por votos parlamentarios en el trámite de la reforma que permitió la reelección inmediata.

Hoy Colombia está en la disyuntiva de si el pueblo será consultado a través de un Referendo para que se pronuncie sobre una segunda reelección, bajo el señuelo de que únicamente Uribe es capaz de dirigir al país hacia la derrota definitiva de los terroristas, porque los siete años que han transcurrido no han sido suficientes y que se requieren cuatro más, lo que podría originar que cuando se esté por lo once años de mandato uribista se vuelvan a proponer otros cuatro, porque aun faltará un poquito para acabar con las FARC y algunos otros movimientos delincuenciales. Y así sucesivamente.

El Presidente colombiano tiene una altísima popularidad. Sabe que con base en ese respaldo se puede quedar toda la vida en el poder. Pero la historia lo recordará como un dictador plebiscitario y lo comparará con la figura del general Rojas Pinilla, pero nadie se atreverá a hacer un símil de él con Alberto Lleras Camargo, por ejemplo.

Cuando se revise la historia latinoamericana, Uribe, si decide insistir en su reelección, no tendrá la estatura política de Lulla ni de Bachelet, sino que será puesto en el mismo lugar de Chávez, Castro, Correa, Morales y Ortega. Por lo menos eso le quiso decir Obama cuando le relató la historia de George Washington, uno de los padres fundadores de la Unión Americana y quien se retiró una vez terminó su periodo constitucional, a pesar de los pedidos ciudadanos de que se quedara. Allí radicó su grandeza personal y política y en gran medida se aseguró la solidez institucional de Estados Unidos.