Germán
Vargas Lleras, miembro de unas las castas políticas más importantes del país, no
logró el cometido de pasar a segunda vuelta presidencial en 2018 y quedó
reducido al cuarto lugar en la competición, representando el 7,28% de la
votación nacional.
Cuando
anunció su candidatura en 2017 y se retiró de la funciones de Vicepresidente,
el país observó cómo su nombre brillaba en todas las encuestas. Pero muy pronto
su comportamiento personal y los escándalos de corrupción en su partido Cambio
Radical le pasaron factura de cobro y paulatinamente lo fueron sepultando en
los últimos renglones de los estudios de percepción electoral.
En
2010, Vargas Lleras sumó 1.473,627
votos (10,11%) y fue el tercero en la
contienda, lo que le sirvió para que el electo presidente, Juan Manuel Santos
lo convocara a su equipo ministerial, desde donde saltó cuatro años más tarde
como vicepresidente con notables funciones en la ejecución de un abultado
presupuesto para viviendas, vías e infraestructura de servicios públicos.
En 2018, a pesar del arsenal de resultados en su gestión
vicepresidencial, su suerte electoral no fue mejor que la de 2010. Su votación
fue inferior: 1.407.840.
A nadie sorprendió
este pésimo resultado alcanzado por Vargas Lleras, quien durante la fase final
de la campaña política tuvo una lánguida presentación en los debates públicos
con los otros candidatos; se dejó vencer por el mal genio; le pudo más su
instintiva reacción insultante, que la capacidad de diálogo y de debate; no
convencieron sus argumentos relacionados con los 25 temas sobre los que trabajó
su equipo de campaña; y se mostró indeciso e impreciso sobre los acuerdos de La
Habana.
Sus asesores tenían
la esperanza de que la maquinaria política funcionaria en su favor y diera una
gran sorpresa. Y no fue así. En el Caribe, donde lo acompañó la poderosa
familia Char y la mayoría de parlamentarios, sus competidores lo masacraron. En
Bolívar los candidatos Duque y Petro lo quintuplicaron. En Atlántico, su plaza
natural, Gustavo Petro lo dobló. En el Cesar el candidato Duque lo cuadruplicó
y Petro lo triplicó. En Córdoba el izquierdista Petro lo cuadruplicó y Duque lo
triplicó. En Magdalena, San Andrés, Sucre y La Guajira la historia y los
resultados de Vargas no fueron diferentes.
En Huila, donde la estructura
política lo rodeó completamente, obtuvo únicamente el 3,9% de los votos y fue
cuarto en el listado publicado por la Registraduría. En Meta donde el alcalde,
la senadora Martínez, un representante a la Cámara y gran parte de exgobernadores,
concejales y diputados lo respaldaron, también fue cuarto con el 5% de los
sufragios.
En Valle, donde la
gobernadora Toro y su poderosa estructura política elegida el 11 de marzo se responsabilizaron
de la candidatura de Vargas, su participación en las urnas apenas fue del 7,8%.
En Risaralda, donde se unió un poderoso equipo parlamentario, acompañado de
destacados empresarios, su nombre no logró superar el 5%.
Pero el desastre no
terminó allí. Bogotá le dio la estocada final. En la Capital, que fue el
escenario de su surgimiento político y donde reinó por muchos años, apenas sí
logró una participación del 4,7% del favor electoral, o sea, escasos 172.000
votos.
¿Con estos sombríos resultados,
Vargas es un político liquidado? Todavía no. Tiene la esperanza de resurgir, si
logra una buena negociación burocrática con el candidato del Centro
Democrático, Iván Duque, que requiere de esos 1,4 millones de votos del
vargasllerismo en la segunda vuelta.
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