Por Humberto Tobón
He lamentado mucho la muerte
de Ricardo Eastman. Mantuve con él una estrecha amistad, que me permitió ir
descubriendo su solidez moral, su aguda inteligencia, su capacidad de análisis
y un humor picante, que lo convertía en un conversador agradabilísimo.
Eastman De La Cuesta le
prestó servicios al país como embajador durante largos años en la Unión
Soviética; dirigió la Corporación Financiera de Occidente; participó en varias
juntas directivas de empresas privadas y públicas de gran importancia nacional,
en algunas de ellas representando al Presidente de la República; fue promotor
empresarial y lideró un exitoso modelo educativo que se consolidó en Pereira a
través del Liceo Pino Verde; fue Representante a la Cámara por Risaralda y
siempre estuvo muy cerca del desarrollo de este departamento, buscando que su
clase dirigente estuviera más comprometida con el progreso de la región.
Además, dejó conocer su
opinión sobre distintos temas a través de sus columnas periodísticas que se
divulgaban en varios periódicos nacionales. Mantuvo un apasionado compromiso
con la cátedra universitaria. Y como escritor, lego dos libros de gran
importancia, uno que ha sido esencial para entender lo que fue la sociedad
soviética y otro que tituló “Interculturalidad y Negociación”, en el que de
manera detallada mostró las características que se deben tener en cuenta para
avanzar en negociaciones en medio de la diversidad cultural global, y que se
consolidó como un texto obligado en las cátedras de comercio y relaciones
internacionales.
Supe de su enfermedad desde
el comienzo. Él nunca la ocultó. Compartí varios de sus momentos de tristeza y
de depresión. Pero siempre mantuvo enhiesta una lucha estoica tratando de
aferrarse a la vida, en la que estuvo acompañado de su esposa Carmen Alicia y
de sus dos hijas Valeria y María Camila, quienes fueron totalmente solidarias
con él.
En la última década no pasó
una semana en la que no habláramos largamente sobre distintos temas. Comentábamos
los acontecimientos del país y la región, pero también hubo tiempo para la
charla liviana. Cuando su voz se fue deteriorando, acudimos al chat, donde el
diálogo no perdió intensidad y fue ganando en innovaciones idiomáticas y en
recursos para hacer denotar alegrías, decepciones, tristezas y aspiraciones.
Se fue un buen amigo, pero
quedan sus recuerdos y sus enseñanzas.
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