Por Humberto Tobón y Tobón
Si le dijeran que la Unión Europea perdió US$50.000 millones[1] en 2005 por efectos de un problema ambiental, con seguridad usted pensaría que se trata de una catástrofe natural como un terremoto, o un prolongado invierno, o la explosión de un volcán, o el arrasamiento de los bosques. Casi nadie se atrevería a afirmar que esas pérdidas fueron el resultado del efecto del ruido. Y así fue y así es. Esas pérdidas están representadas en la reducción del precio de las viviendas en áreas altamente ruidosas, los costos de sanidad pública y atención médica, la disminución de la inversión en desarrollo de nuevos terrenos urbanos, la ausencia laboral por enfermedades, la baja en los ingresos por turismo y los daños en la infraestructura física del amueblamiento por sonidos de baja frecuencia.
El ruido, debido a estos negativos impactos económicos que calculan los estudios especializados de las más importantes agencias ambientales del mundo, es un tema que empieza a tomar importancia en la discusión pública y a formar parte de la agenda gubernamental.
Con anterioridad a estos estudios económicos, médicos y sicólogos aseguraban que la bulla de las multitudes, el pito y el motor de automóviles, buses y trenes, la estridencia de los equipos de sonido, el grito de los vendedores, el ruido de los aviones, el número concentrado de decibles en las fábricas y muchas otras señales auditivas que hacen parte del desarrollo y el crecimiento urbano, le estaban restando calidad de vida a la gente.
En efecto, el exceso de ruido por intensidad y durabilidad desmejora el sistema auditivo, hace perder concentración, genera estrés, disminuye el rendimiento productivo, acelera enfermedades sicológicas, auspicia comportamientos sociales anormales, dificulta la comunicación, motiva la apatía, acelera la pérdida de atención, trastorna el sueño, destruye el sistema nervioso, afecta la sexualidad y, esencialmente, es la causa del malestar permanente de las personas.
El ruido como fenómeno crítico y problema de salud pública nunca tuvo ni tiene un tratamiento adecuado por parte de las autoridades y que, para ser precisos, a casi nadie le importa. Sin embargo, sus efectos negativos desde el punto de vista económico hicieron que sobre él se posaran las miradas especializadas de los economistas ambientales, para quienes es imperdonable que se pierdan tantos millones de dólares debido a la estridencia. Esto deja en evidencia que el ruido preocupa a gobiernos e inversionistas por las pérdidas en sus balances económicos y por la reducción de sus expectativas de utilidades y no necesariamente por el daño físico y sicológico de los habitantes.
Los gobiernos, presionados por los inversionistas, más que por el número de sordos, están adoptando medidas de emergencia, que van desde impedir el sonido de las bocinas de los carros hasta la obligatoriedad de que las industrias adopten sistemas de aislamiento de ruido y que sus trabajadores utilicen los elementos necesarios para que sus oídos no sean afectados. Esto ayudaría a evitar las licencias e incapacidades laborales y, por lo mismo, bajaría el número de horas/hombre improductivas. Se podrían recuperar para la inversión inmobiliaria terrenos ubicados en áreas industriales. Las entidades prestadoras de salud mejorarían sus balances al bajar el número de pacientes atendidos. Las administradoras de riesgo profesionales no tendrían que desembolsar tanto dinero por indemnizaciones.
De otro lado, el ruido se ha convertido en una gran oportunidad de negocio. Durante los últimos años se ha impuesto la teoría de los precios hedónicos, que habla del interés por parte de las familias de habitar en áreas silenciosas y con altos indicadores de calidad ambiental, por lo cual están dispuestas a pagar un sobreprecio por cada unidad habitacional. Esta opción está dirigida a un estrato muy alto con capacidad económica suficiente de escoger vivir en áreas alejadas del “mundanal ruido” El resto tiene que acostumbrarse a convivir con los sonidos de las ciudades y saber que su oído diariamente se está perdiendo, que su estrés va en aumento y muchos de sus comportamientos sicológicos se deben a esos ruidos que superan normalmente los 75 decibeles.
[1] Informe de la Dirección General de Medio Ambiente de la Comisión de la UE