Sin embargo, las primeras de cambio no resultaron tan
satisfactorias. Algo que se está volviendo normal. Los gobernantes de las 20
naciones más ricas, reunidas en Roma, dijeron que estaban de acuerdo con que el
incremento del clima no puede ser superior a 1,5 grados centígrados, tomando
como punto de partida el inicio de la revolución industrial, pero no hubo
compromisos vinculantes. Sólo una buena foto, muchas sonrisas y ninguna
concreción.
Si no hay decisiones de fondo, la tierra irá
indefectiblemente hacia una catástrofe provocada por el cambio climático, que
sólo dejará destrucción y muerte. Los jefes de gobierno saben las consecuencias
de no actuar ya. Lo han advertido los científicos y lo gritan en las calles de
todo el mundo los líderes ambientalistas y millones de personas, especialmente
jóvenes, que relaman por un futuro seguro y un entorno no contaminado.
Las decisiones que se esperan, tienen que ver con los
aportes económicos de las naciones ricas, especialmente aquellas que se han
desarrollado técnica y económicamente, sobre la base de contaminar con
combustibles fósiles. No es una dádiva, sino una compensación por los daños
causados y una indemnización a los países que tienen derecho a desarrollarse,
usando las mismas fuentes de energías, pero que ya sin posibilidad de hacerlo.
También se aguarda el anuncio urgente de que antes de 2040
no se utilizará ni el petróleo ni el carbón como combustibles, y que se adoptarán
fuentes de energías limpias y seguras, cuyas tecnologías deberán ser puestas a
disposición de las naciones menos desarrolladas. Es la única forma de frenar la
espiral contaminante de gases de efecto invernadero.
Es esencial que se apruebe un lineamiento general para frenar
la deforestación, muy especialmente en el Amazonas, donde la destrucción de los
bosques es tan acelerada, que afectará el equilibrio climático del mundo. Declararle
la guerra a los deforestadores y sancionar a los países que permitan esta
práctica, son actos de responsabilidad que no se pueden pasar por alto.
Controlar la cría de ganado vacuno, gran generador de gas
metano; frenar las actividades productivas en los picos nevados y en los
páramos; declarar como áreas protegidas todas las cuencas altas de los ríos;
prohibir la práctica del fracking; reconvertir a motores eléctricos todos los
vehículos de servicio público antes de 2030; controlar la guerra química, entre
otras muchas acciones, demostraría que sí hay voluntad universal de salvar el
planeta de una hecatombe, que podría poner en riesgo la existencia de la
especie humana, especialmente si la temperatura aumenta por encima de 2,5 grados
antes de finalizar este siglo.
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