La gente vota en las elecciones motivada por su adhesión
política partidista, por la convicción hacia una causa o por un intercambio de
favores.
En el primer caso, de la adhesión partidista, ha quedado en
evidencia que menos del 30% de los electores responden a un interés político
referido a su vinculación con un partido. La crisis de estas colectividades es
muy profunda y eso se debe en gran medida a que no lograron evolucionar
ideológicamente y a que sus prácticas son cada vez más clientelistas y
corruptas, donde se constriñe la posibilidad de una participación más amplia y
democrática. Basta señalar, que el Partido Liberal es el más acogido y sólo el
11% de los ciudadanos dice pertenecer a él. En contraposición, alrededor del
70% de los potenciales votantes afirman no hacer parte de estas organizaciones
ni respaldar sus mandamientos, por lo que la posibilidad de que un Partido gane
una elección, es cada vez más remota, si no hace coaliciones o alianzas con
otras estructuras.
En el segundo caso, el de la adhesión a una causa, es evidente
que los ciudadanos, especialmente los jóvenes, empiezan a tomar decisiones
electorales basadas en propósitos específicos como la defensa del ambiente, la
protección de los animales, la vigencia de los derechos civiles y la promoción
de la paz, por ejemplo. Las motivaciones siempre son distintas y están muy influenciadas
por tendencias que buscan la equidad. Este tipo de voto no muestra fidelidad a
pensamientos políticos y sólo se conecta con iniciativas de beneficio común,
por lo que nadie se puede apropiar de él con total certeza y durante largos
periodos de tiempo. Los éxitos que se han logrado en el país con este tipo de
motivación, son muy pocos.
En el tercer caso, el del intercambio de favores, es el que
conserva un gran peso al momento de tomar una decisión electoral. Los políticos
saben perfectamente que para esta masa ciudadana es poco trascendental la
consideración ideológica o la iniciativa programática. Quienes están inmersos
en este grupo, son conscientes que su voto es una mercancía apetecida, que se
valoriza de acuerdo con las leyes del mercado electoral. Los intercambios más
comunes se relacionan con el pago en dinero o especie por el voto; la promesa
de un trabajo o un contrato; la realización de obras prioritarias para una
comunidad, en caso de ser elegido el candidato que realiza la negociación. Este
modelo electoral no es exclusivo, como podría creerse, de los estratos bajos;
también se presenta, y con una frecuencia creciente, en los estratos socioeconómicos
medios y altos, que tienen una fuerte dependencia de las decisiones de los
gobiernos para desarrollar sus actividades.
En democracias como la nuestra, donde los ciudadanos tienen
poca credibilidad en la institucionalidad, la probabilidad de que las citas
electorales alienten un debate profundo sobre la realidad territorial o nacional,
se diluye frente a prácticas corruptas de compra-venta de votos y la difusión
incesante de información maliciosa, tendenciosa y mentirosa, que es comprada
ávidamente por ciudadanos que no se toman el tiempo de indagar por qué causa
están votando o por cuál personaje lo están haciendo.
Estudios revelan que pasado un tiempo de las elecciones, la
mayoría de los ciudadanos no recuerdan por quiénes votaron para corporaciones
públicas. Es normal que no sepan el nombre de su alcalde o gobernador. La gran
mayoría nunca leyó una sola frase del programa de gobierno. Los pocos que se
informan lo hacen a través de redes sociales, pero no corroboran la veracidad
de la comunicación ni la autenticidad de los sitios que consultan.
Los candidatos que son juiciosos en sus análisis, tienen
hojas de vida limpias, son exitosos en sus proyectos personales y están
motivados por el deseo de prestar un servicio público, cuentan con pocas
probabilidades frente a poderosas maquinarias políticas y económicas, que montan
empresas electorales, algunas de ellas ilegales y criminales.
En las elecciones locales de finales de este mes de octubre,
en muchos lugares de Colombia se repetirá la historia de candidatos que ganan
gracias a una alta financiación económica, que tendrá que ser pagada por el
gobernante con dinero público, o sea, dinero del presupuesto destinado al gasto
social: educación, salud, seguridad, deporte, ambiente, emprendimiento, etc.
Cuando se sumen los votos este 27 de octubre, miles de
candidatos que creyeron en el voto libre e informado, y que se preocuparon por
prepararse para gobernar limpiamente, posiblemente terminarán decepcionados de
una realidad agobiante y triste: una democracia donde muchos ciudadanos no son
conscientes del poder transformador de su voto.
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