El candidato
a la alcaldía de Pereira, Mauricio Salazar, tomó la decisión de no volver a los
debates electorales, con el argumento de que lo estaban acusando a él y a su
mujer de hechos de corrupción que considera injuriosos.
La
disculpa es baladí y la actitud cobarde. Un político no se esconde. No se mete
bajo las enaguas de su mujer para no escuchar a sus contradictores. Un buen
político muestra la madera de la que está hecho precisamente en el debate
público.
Es
entendible que Mauricio Salazar, al haber encontrado providencialmente el argumento
de proteger a su familia de las acusaciones de sus competidores por la Alcaldía,
no vuelva a los debates. Y es una verdadera salvación para él, porque lo que
había evidenciado era una falta de pericia argumentativa y una escasez
desesperante de palabras precisas y bien hilvanadas.
La
desaparición de Salazar del debate no es una gran pérdida intelectual, pero sí
representa un episodio lamentable para la confrontación democrática. Lo que
queda por esperar, es que si logra ganar la Alcaldía no se siga escondiendo
bajo las enaguas de su esposa, cuando los ciudadanos le reclamen por el
cumplimiento de sus promesas de campaña o cuando las cifras estén agobiando la
calidad de vida de las familias.
Imagínense
a Hilary Clinton salir corriendo y lloriqueando ante la virulencia de los
ataques de Donald Trump. O a Gerald Ford evadiendo
la contundencia de las denuncias sobre política exterior hechas por Jimmy Carter.
O Carter protestando por el humor negro de Ronald Regan. O a Barack Obama quejándose
por las manifestaciones racistas de John McCain.
Y para no ir más lejos, cómo hubiéramos reaccionado los
colombianos si Mockus hubiera dejado los pantalones en el alambrado cuando se
burlaron de su Parkinson; o Álvaro Uribe haya abandonado el recinto del Senado
frente a las acusaciones de paramilitarismo; o Gustavo Petro se acongojara por
las acusaciones de los organismos de control.
Tengo la impresión de que estamos ante un candidato incapaz
de soportar la crítica y con evidente ausencia de inteligencia emocional, para
convertir los ataques en armas contundentes frente a sus contradictores, en la
medida en que ellas sean injurias y calumnias. Porque si las acusaciones son
verdaderas, los pereiranos estamos abocados a un cuatrienio doloroso e
incómodo, con un alcalde escondido y amilanado.
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